Diario del virus (IV): El camino, la verdad y la vida

Protección Civil recoge alimentos para centros sociales en el Hotel Hesperia.

Dimos por hecho tantas cosas que realmente son extraordinarias que hoy nos encontramos en la amarga tesitura de asumir su fragilidad.

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En la ciudad de las maravillas efímeras nos encanta el riesgo, pero no somos conscientes. Celebramos nuestra fiesta barroca más hermosa bajo los rayos del sol, en un escenario tan impredecible como las propias calles de la ciudad. Nos entregamos al festín de la alegría en una ciudad hecha de lona y farolillos que solo está viva una semana. Nos encaminamos a las marismas en carretas de paredes abiertas y durmiendo varias noches a la intemperie hasta llegar a una aldea que tiene calles de tierra. Y son todas tan frágiles… que una jornada de lluvia o incluso un cielo encapotado que amenaza chaparrones basta para llevarlas al traste.

En estos días de refugio en nuestros hogares, pienso en todos esos prodigios, esas catedrales efímeras que son nuestras fiestas que hemos considerado parte de las rutinas de la primavera. Sin pensar en que nada sea lo suficiente fuerte para negárnoslas. Por eso la llegada del virus ha trastocado nuestra forma de ver la vida. No hay cervecitas en el Coronado, ni Cristo de la Sed elevándose al cielo de la bóveda de la Catedral de Nervión en la noche de tinieblas del Viernes de Dolores, ni caracoles en el Coli ni montaje de pasos en La Calzada. Lo que creíamos intocable ha demostrado que es más frágil de lo que pensábamos.

Aunque suela pasar desapercibido, en el altar de la Parroquia de los Redentoristas está grabada una frase con letras de perfil dorado: Ego sum Via, Veritas et Vita. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Pocas frases hay tan contundentes en el Evangelio de San Juan. Hoy el camino no es otro que el que estamos emprendiendo desde hace unos días: el de la reclusión en nuestras casas. Un camino sin pasos que nos está poniendo a prueba con lo que nos gusta a nosotros una calle. El camino es el que lleva al mercado o a la farmacia, y vuelta a casa. El camino es el de la responsabilidad mientras miramos con algo de miedo los días más oscuros de Italia. La imagen ayer de los camiones del ejército llenos de ataúdes en Bérgamo que llevan a incinerar a los fallecidos a otras ciudades porque en el cementerio de la ciudad ya no hay espacio. Qué horror. Si eso no nos hace reaccionar, nada lo hará.

Un operario trabaja durante la cuarentena en Marqués del Nervión.

Hoy la Verdad es más importante que nunca y, como siempre, algo volátil en su transmisión. En los días de zozobra soy feliz viendo que lo que me contaron en su día en el master se está cumpliendo: los medios que están al lado de los ciudadanos son los locales y regionales. Los más pegados a las calles de los barrios y las ciudades, de los pueblos y las comarcas, son los que los ciudadanos están eligiendo para confiar. No sabéis lo que cuesta ganarse la confianza y no sabéis lo difícil que es mantenerla, que una línea redactada rápido puede llevársela por delante. La Verdad de estos días, la pandemia y sus consecuencias, nos han llevado no solo a atacar a los que difunden bulos sino también a condenarlos. La Verdad son los miembros de la comunidad china donando ayer cajas de mascarillas pagadas con su dinero en el Virgen del Rocío. «Somos chinos y sevillanos», y vaya que sí lo son. Sevillanos ejemplares.

Y la Verdad con mayúsculas vive en los balcones, donde los vecinos han vuelto a hablar con los de la puerta de enfrente, donde cada día a las ocho en punto de la tarde todos salimos a las ventanas para aplaudir juntos. Esta situación ha hecho hasta que la canción de Mecano que decía que lo único que hacíamos a la vez era comernos las uvas en Nochevieja se quede desactualizada. La Verdad son los niños del centro de menores de Luis Montoto aplaudiendo por las ventanas de su hogar impuesto. La Verdad es el Hotel Hesperia de Eduardo Dato donando toda su comida a centros sociales. La Verdad es que ahora escuchemos la sirena de la Policía y aplaudamos más fuerte, en lugar de temer o pensar que algo malo está pasando. La Verdad son los patos del río paseando por las calles de Triana, la naturaleza diciéndonos que está dispuesta a vivir con nosotros pero que tenemos que darle su lugar y convivir en armonía. La Verdad es esta madurez venida de repente por la que entendemos y apoyamos que no haya una primavera de Semana Santa y Feria. La Verdad, que parecía inmutable, se ha vestido de estado de alarma y ha cambiado la piel de la ciudad para siempre.

Y la Vida… La vida es lo que en estos días ha dado un vuelco. La vida es por lo que luchamos y lo que hace necesaria esta reclusión. La vida es la esperanza de una primavera tardía en las calles, de un abrazo con los amigos, de un reencuentro con la familia. La vida es un viaje a otros tiempos mejores y la vida será volver a ver a los niños jugar en los patios y los parques, porque habremos aprendido a valorar que las pantallas están bien, pero la verdadera infancia es la que juega con otros niños al aire libre que hoy es una quimera. La vida será la de dejar de decir «a ver si nos vemos» y empezar a vernos. Una vida en la que dejaremos de postergar el ir al teatro, organizar una cena o ir a ver a los abuelos. La vida será pasear por la ciudad levantando la cabeza del móvil y valorando todo lo que nos rodea. El Camino es este aprendizaje interno, la Verdad es la Humanidad volviendo a ser humana y la Vida es el último clavo al que aferrarse, aunque arda. Aprendamos de esta noche oscura para que los días del mañana sean más luminosos.

Ramón y Cajal desierta en los primeros días de la cuarentena.
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