La historia de Gambrinus, que preside la fachada de la fábrica de Cruzcampo en la Avenida de Andalucía, tiene tintes legendarios y un desafío al demonio.
Desde hace más de un siglo es uno de los personajes que están más presentes en la ciudad. Más que San Fernando o Almotamid, este gordito amante de la cerveza (Cruzcampo, claro) aparece en cada calle en luminosos y rótulos. Pero su origen es remoto y legendario, y tiene dos versiones. Os contamos las leyendas de este icono que, junto con el humilladero de Luis Montoto, son símbolo de la cervecera hispalense.
La versión alemana: la diosa egipcia y el pacto con el diablo
El origen de la historia de Gambrinus estaría entre Baviera y Flandes, muy lejos de Sevilla. En la versión de Baviera, que nos llega a través del cronista Aventinus, se menciona la obra del romano Tácito, en la que aparece un pueblo germánico que reciben el nombre de los Gambrivii. Estarían gobernados por un rey llamado Gambrivius, que habría nacido en el 1730 a.C. según Aventinus, y que habría sido amante de la mismísima diosa egipcia Isis. Isis sería la responsable de enseñarle al rey a hacer cerveza (porque ya sabemos que este elixir se inventó a la orilla del Nilo). Así, la derivación etimológica de Gambrivius daría con el paso del tiempo lugar a Gambrinus, que se representa caracterizado como un ‘rey de la cerveza’.
Fue un periodista francés llamado Charles Deulin el encargado de meterle fantasía a la historia de Gambrinus en uno de sus cuentos. En ese relato, Gambrinus es soplador de vidrio y se enamora de la hija de su jefe, una muchacha llamada Flandrine. Pero Flandrine es práctica y no quiere nada con él porque es pobre, y le dice que cuando sea alguien en la vida que vuelva. Poco romántica la historia. Entonces Gambrinus coge el petate y se va del pueblo, y poco a poco se va convirtiendo en un afamado violinista. Y en una de sus giras, vuelve a su pueblo a dar un concierto. Pero como nadie es profeta en su tierra, se pone muy nervioso de ver a Flandrine de nuevo y el concierto es un desastre. Todo el pueblo se ríe de él.
Ante el fiasco de concierto, los del pueblo lo encarcelan por estafa. En su celda, Gambrinus está desesperado y quiere quitarse la vida, pero entonces se le aparece el diablo. Como el diablo no puede entregarle el amor de Flandrine, le otorga la ventura de ser afortunado en el juego. A cambio, el alemán deberá entregarle su vida dentro de 30 años. Gambrinus se hace rico, pero Flandrine -que no es nuestra persona favorita de esta historia- lo que quiere es casarse con un rey o con un duque. Gambrinus no sabe ya que hacer, solo puede olvidarla. Y el demonio le da la receta de un mejunje que le hará borrar a Flandrine de su cabeza: la cerveza. También le entrega un órgano que, mientras suene, obliga a todo el mundo a bailar sin parar.
Gambrinus se hace emprendedor, y abre una cervecería en el pueblo. Para la inauguración, convoca a todos los que se habían reído de él. Pero los del pueblo prueban la cerveza y les parece un asco, y vuelven las mofas. Gambrinus, harto, enciende el carrillón y los obliga a bailar hasta el agotamiento. El pueblo, sediento por el esfuerzo, comienza a beber su cerveza y les acaba gustando. La fama de su cerveza en Baviera hace que le otorguen el título de Duque de Brabante. Flandrine, que considera que ya cumple sus requisitos, vuelve a por Gambrinus. Pero, con la papa de cerveza, este no la reconoce. El elixir del diablo ha funcionado.
El demonio vuelve treinta años después a por Gambrinus, y le reclama su vida. Pero el duque enciende el órgano y el diablo no puede parar de bailar. Desesperado, el rey del infierno le perdona el pacto con tal de que pare el instrumento mágico. Cuando años después Gambrinus murió, el demonio volvió a verlo, pero en su lugar solo encontró un barril de cerveza.
La versión belga: el duque borrachuzo de Bruselas
Otra versión también identifica a Gambrinus con Ian Primus, que fue Duque de Brabante en el siglo XII. Se dice que los cerveceros de Bruselas buscaban un jefe para que los organizara, una persona que ejerciera de líder. Como los procesos de Recursos Humanos de aquella época eran mucho más imaginativos que los de ahora, el que quiera el puesto debe mover unos metros un gigantesco barril.
Muchos los intentan, pero el barril no se mueve. Hasta que llega el que sería el Gambrinus belga, que clava un grifo en el barril y se lo bebe, pudiendo luego mover el depósito fácilmente. Como detalle más certero -a pesar de lo legendario de estas historias-, en un poema de la época sí que se dice que aquel duque fue miembro honorario de la sociedad de cerveceros de Bruselas.
Historias sobre los orígenes de Gambrinus hay muchas más, y a cual más estrafalaria, pero a nosotros lo que nos queda es ese gordinflón simpático que vemos en cada bar y en su altar profano de la Avenida de Andalucía, sonriendo y jarra en mano. Como muchos de nosotros cada vez que cruzamos la puerta de un bar.