El Via Crucis de la Cruz del Campo es el único urbano que queda en España. Antiquísimo, este original viacrucis refleja en azulejos la Pasión de Cristo desde el Palacio de los Duques de Medinaceli hasta el Humilladero de la Cruz del Campo, surcando por completo el distrito de Nervión.
Catorce estaciones en el más sevillano de los materiales: el azulejo. Un recorrido calculado al milímetro en el que se pueden contar 1.321 pasos, la distancia que dice la tradición que separaba el Monte Calvario del pretorio. De ahí que al palacio donde se inicia esta travesía se le denomine Casa de Pilatos. Para buscar los orígenes del viacrucis que recorre Luis Montoto hay que remontarse muy atrás, hasta 1521. Fue entonces cuando, durante la cuaresma, Don Fadrique -primer Marqués de Tarifa- instauró esta tradición, que entonces solo contaba con 12 estaciones, comenzaba en la Capilla de las Flagelaciones de la Casa de Pilatos y acababa en un pilar en medio de una huerta muy a las afueras de la ciudad.
El tiempo fue modificando aquel viacrucis sencillo y piadoso. En 1630 se fijó el final del itinerario en el templete de la Cruz del Campo y el principio en el retablo de mármol del exterior de la Casa de Pilatos y en 1720 sus estaciones fueron catorce. En aquella época no había coloridos azulejos en el viacrucis: tan solo sencillas cruces y azulejos muy sobrios que iban describiendo cada una de las estaciones.
Tiempos oscuros se cernieron sobre Sevilla y el viacrucis desapareció como tradición de cada cuaresma. No fue hasta mediados del siglo XX cuando los descendientes del Marqués de Tarifa crearon la Pía Unión. Aquella entidad nació con un cometido muy concreto: restaurar el viacrucis de la Cruz del Campo. Para ello se incluyó en la unión a catorce hermandades sevillanas -La Macarena, El Silencio, Las Penas de San Vicente, Pasión, Gran Poder, El Valle, La Candelaria, Los Gitanos, Esperanza de Triana, Estrella, Exaltación, Cachorro, Baratillo y Santa Marta-, que costearon los azulejos para cada parada.
Pero los años volvieron a jugar en contra del viacrucis, y la tradición volvió a ser devorada a dentelladas por la modernidad. La transformación urbana y las nuevas construcciones en Nervión hicieron que algunos azulejos se rompieran, otros desaparecieran y que la unidad del viacrucis quedara rota de nuevo. Hasta 1995, año en el que de nuevo la Pia Unión se pudo en marcha para restaurar el itinerario de los azulejos. Los azulejos de Pedro Navia estaban muy deteriorados -alguno queda, como el del nazareno de El Valle que luce la Iglesia de San Benito Abad-, y se buscó en la calle Águilas quien pudiera hacer nuevas visiones alfareras de la Pasión de Cristo. Juan Aragón Cuesta fue el encargado de darle una nueva vida a esta peculiar Via Dolorosa sevillana. Una curiosidad es que el azulejo correspondiente al Cristo de Los Gitanos permaneció perdido durante décadas, por lo que se encargó uno nuevo, hasta que apareció con el paso de los años, y actualmente está enmarcado y expuesto en la sede de la hermandad en la Iglesia del antiguo convento del Valle.
Como detalle, decir que el Viacrucis del Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla ha eclipsado completamente el de los azulejos, a pesar de la legítima antigüedad del de Luis Montoto. Lo que sí sigue conservando la Pía Unión es la tradición de hacer un viacrucis, pero no sale del patio de la Casa de Pilatos. El recorrido va por las galerías del palacio encabezado por la llamada cruz de las toallas de la Hermandad de Los Negritos. El de los azulejos ha quedado como una reliquia para curiosos, maldito por el olvido, devorado por el paso del tráfico. Muchos de los azulejos ni siquiera nos damos cuenta de que están ahí, sobre los muros de nuestras casa, en los pilares que sustentan modernos bloques de edificios, sobre las fachadas de bancos y comercios. Son el rescoldo de una devoción antigua, histórica y, desgraciadamente, olvidada.
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Miguel Pérez Martín