Ayer al caer la tarde se oscureció la Maestranza. Silencio en el albero por la muerte de uno de los grandes maestros de la tauromaquia, Pepe Luis Vázquez, que fallecía a los 91 años como una leyenda viva del toreo.
El Sócrates de San Bernardo, curtido en las calles del arrabal sevillano, decía adiós a este mundo de plazas de albero y capotes para emprender un viaje a las páginas de la Historia. Hoy se ha abierto desde las 10.00 su capilla ardiente en el Ayuntamiento de Sevilla, a donde los sevillanos podrán acercarse para decir adiós a un mito. Mañana martes a las 10.00 será su funeral a los pies del Cristo de la Salud en la Parroquia de San Bernardo, y tras este momento se conducirá el féretro hasta la Maestranza, donde el maestro dará su última vuelta al ruedo.
Su carrera comienza a los 13 años, cuando ya daba sus primeros capotazos empezando a dominar el difícil arte de sortear la muerte con elegancia, de mantener el pulso firme cuando la adrenalina no puede más que hacerte temblar. Dos años después, se estrenaba como novillero en la plaza de Algeciras de la mano de Antonio Bienvenida. En 1938, se le abrían las puertas del templo del toreo de la Real Maestranza.
Cabeza visible de una estirpe gloriosa que incluye a sus hermanos, su propio hijo y uno de sus nietos, el torero fue un referente internacional, acuñando como seña propia lo que el público conocía como «el cartucho de pescao», forma de llamar al toro desde los medios con la muleta plegada en su mano izquierda para después dar un pase al natural con los pies juntos a muleta abierta, estilo que cogió de Espartero. Su arte genuino le valió estar en la lista de los 10 toreros más importantes del siglo XX.
Pero fue un torero que sintió el dolor, cuando en 1943 un toro le corneaba la cara en Santander. Siguió adelante. le quedaban entonces diez años de carrera gloriosa en los que desplegó sus mejores artes, reafirmó su madurez y marcó un antes y un después para todos aquellos que miraban a San Bernardo para encontrar una esencia diluida que Vázquez reavivó con una muleta que bailaba con sentimiento y perfección.
Atrás quedaban aquellos momentos de la infancia, cuando el diestro aún llevaba su atuendo escolar y se ganaba sus primeros honorarios haciendo toreo de salón para los obreros de la cercana Pirotecnia Militar, donde hoy de alza la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla. Entonces Manolete aún no sabía que aquel niño le haría sombra por las plazas de medio mundo.
En la época en la que toreaba Pepe Luis, no había aún ritual de Puerta del Príncipe. Era mucho más pasional. La gente se lanzaba al ruedo y sacaba al torero a hombros de la plaza. El diestro tiene el récord de distancia: una tarde los aficionados lo sacaron del ruedo y lo llevaron a hombros no solo hasta el Paseo Colón, sino que tiraron por la calle San Fernando hasta el Puente de San Bernardo y lo dejaron en su casa de la calle Campamento, en el corazón del barrio de los toreros. Récord de distancia, que decía el maestro. Aquel día llegó a casa con la pata del toro, máximo trofeo que se concedía en la época.
Inteligente, carismático, templado e inmune a la seducción de los grandes alardes para lograr el favor del público, Pepe Luis Vázquez fue un torero de raza, cabeza de una casta gloriosa para la tauromaquia. En sus manos tenía las claves de la elegancia y del arte, un arte inmortal que le ha valido que ayer por la tarde, después de medio siglo retirado y casi ciego, abriera su última puerta grande: la de los Cielos.
R.N.