El nuevo musical ‘Tanana’ nos devolvió al eterno momento de la infancia, a los ojos del niño que mira el mundo con asombro.
Noche cerrada en Espinosa y Cárcel. La puerta de la Parroquia del Santísimo Redentor está presidida por una cola que llega a la esquina de Fernández de Ribera. Tres años después y pandemia mediante, las puertas de la iglesia vuelven a abrirse esta noche para que un grupo de jóvenes que llevan meses echándole horas nos transporte a un mundo de fantasía por una buena causa. No hay precio de entradas, porque el precio lo pones tú. Y el recuento, aún sin los datos de la fila cero y los bizum, llegará al final de la noche casi a los 6.500 euros en apenas dos horas.
Minutos después de la apertura de puertas, la enorme nave de esta parroquia de Nervión ya está llena, y las huchas en los pasillos están preparadas para recibir la solidaridad del barrio para un proyecto en la República Democrática del Congo de la ONGd Asociación para la Solidaridad. Sobre el escenario, un gran telón preside la escena: ‘Bienvenidos al Paraíso’. Sevilla 28, grupo de jóvenes que lleva más de una década enseñándonos que la música puede cambiar el mundo, resopla por última vez entre bambalinas antes de salir a escena. Una sola noche, una sola oportunidad, pero no una moneda al aire. Las horas de ensayos a las espaldas son muchas y las horas de sueño perdidas, también.
En esta ocasión (puedes verlo en YouTube aquí) nos trasladaban a una isla en la que las apariencias pesan y mucho. Las canciones de clásicos de Disney como ‘Hércules’ o ‘La Sirenita’ se mezclan con ‘Summer Nights’ de ‘Grease’ o ‘La Nuit’ de Rameau -entre las tinieblas y a cappella-, y con los vídeos más memorables de TikTok y hasta Karlos Arguiñano, que da paso a un ‘Qué festín’ de ‘La Bella y la Bestia’ que se ha convertido en una fantasía de éxito garantizado en estos musicales.
El flamenco volvió a los musicales después de muchos años con un conjunto de alta calidad entre baile, toque y cante. Si las cosas vuelven, que sea a lo grande. Especial mención a una ‘No se habla de Bruno’ (de ‘Encanto’) que se te metía en la cabeza y te hacía querer saltar del asiento. Y papelón el de esta bruja Úrsula que aquí se llama Ágata y que compra las almas de los visitantes de la isla haciéndose con su voz a cambio de ayudarles a conseguir sus deseos. Una metáfora también de cómo hipotecamos nuestra imagen en redes sociales a cambio de un premio que a veces nos lleva a perder nuestra esencia. El ‘like’ por encima del ‘soy’, la esclavitud sin cadenas que se produce cuando dejamos que las pantallas secuestren nuestra identidad.
Entre un decorado fosforescente que brilla con las luces negras, suena una versión de ‘Bienvenidos’ del musical ’33’, en la que la verdadera cara de esta isla sale a reducir. De noche, cuando las baterías de los móviles se cargan, los habitantes de Tanana salen a las playas a contar esa triste realidad que esconden los filtros y los ‘challenges’. Un mundo en el que sigue habiendo injusticias, gente que no puede comer, recortes en servicios básicos como la Sanidad, un mundo en el que no todas las personas tienen los mismos derechos aunque por sus venas corra la misma sangre. Cuando suena ‘La nuit’, que popularizó la película ‘Los chicos del coro’ pero cuya partitura tiene tres siglos, el silencio es sobrecogedor y la lágrima asoma, aunque no quieras.
Tras la victoria de la realidad por encima de la apariencia, gracias también al protector de la isla, un dinosaurio llamado Felipe, suena un ‘Eres tú’ que te envuelve en un abrazo. Y la noche va llegando a su fin, y han sido dos horas en las que el logro económico es notable, pero el verdadero mérito solo lo han podido ver los actores desde este altar hoy hecho escenario. Porque mires donde mires esta noche, solo ha habido sonrisas durante casi dos horas. Una sonrisa que duele, de las que ni siquiera sabes que estás poniendo, pero que te deja agujetas en la cara. Y los ojos abiertos, de par en par, como los niños de la primera fila. Porque cuando dejas en la puerta lo que crees que te identifica -trabajo, obligaciones, responsabilidades, estrés…-, puedes volver a ser el que quiere estar dentro del disfraz de dinosaurio, el que quiere cantar a gritos con los demás, el que aplaude porque ha flipado y no porque acaba una pieza. El que mira como si mirara por primera vez, gracias a un grupo de jóvenes que han sacrificado mucho por gente que nunca verán a miles de kilómetros de distancia.
Estos musicales en los Redentoristas ya son un clásico del barrio, y quien viene, repite. Porque te devuelven lo que nadie puede devolverte: ser niño otra vez durante dos horas. Y mirar con los ojos del asombro. Ya lo decía Cernuda: «¿Nostalgias? No, lo que así recreas es el tiempo sin tiempo del niño».