Los miedos en general y en cualquiera de sus modalidades en la etapa infantil suponen un fenómeno universal y presente en todas las culturas y épocas. El miedo tiene un importante componente de valor adaptativo para la especie. A pequeña escala, estas sensaciones que se viven como desagradables por parte del niño o adolescente pueden cumplir una función de supervivencia en el sentido de apartarle de situaciones de peligro potencial (no acercarse a ciertos animales, no entrar en sitios oscuros, etc.). Sin embargo, cuando este miedo es desadaptativo (no obedece a ninguna causa real de peligro potencial o se sobrevaloran las posibles consecuencias) el resultado es un enorme sufrimiento por parte del niño que lo padece y sus padres. El miedo, puede entonces condicionar su funcionamiento y alterar sensiblemente su capacidad para afrontar situaciones cotidianas.
No hay duda que los miedos son evolutivos y ‘normales’ a cierta edad, cambiando el objeto temido a medida que el niño crece y su sistema psicobiológico va madurando. La tendencia natural será a que éstos vayan desapareciendo progresivamente. En otras ocasiones, podemos hablar abiertamente de temores o miedos patológicos que pueden derivar hacia trastornos que necesitan atención psicológica (ansiedad, fobias). Establecer la frontera entre uno y otro (normalidad-patología) no siempre es fácil y dependerá mucho de la edad del niño, la naturaleza del objeto temido y sus circunstancias, así como la intensidad, frecuencia, sufrimiento y grado de incapacitación que se produce en el niño.
Curso evolutivo de los miedos
Los diferentes estadios de desarrollo conllevan asociados la preponderancia de un tipo u otro de miedos:
– Primera infancia
Según algunos autores, los bebés no comienzan a manifestar el sentimiento de miedo antes de los seis meses de vida. Es a partir de esa edad cuando comienzan a experimentar miedos a las alturas y a los extraños, entre otros. Estos tipos de miedo se consideran programados genéticamente y de un alto valor adaptativo. De hecho su presencia denota un cierto grado de madurez en el bebé. A esta edad también surge la ansiedad a la separación de la figura de apego (padres).
Entre el año y los dos años y medio se intensifica el miedo a la separación de los padres a la que se le suma el temor hacia los extraños. Ambas formas de miedo pueden perdurar, en algunos casos, hasta la adolescencia y la edad adulta, tomando la forma de timidez, pero lo habitual es que vayan desapareciendo progresivamente a medida que el niño crece.
Es en esta etapa, cuando empiezan también a surgir los primeros miedos relacionados con pequeños animales y ruidos fuertes, como pueden ser los de una tormenta.
– Etapa preescolar (2,5-6 años)
Se inicia una evolución de los miedos infantiles. Se mantienen los de la etapa anterior (extraños, ruidos, etc.) pero van incrementándose los posibles estímulos potencialmente capaces de generar miedo. Ello va en paralelo al desarrollo cognitivo del niño. Ahora pueden entrar en escena los estímulos imaginarios, los monstruos, la oscuridad, los fantasmas, o algún personaje del cine. La mayoría de los miedos a los animales empiezan a desarrollarse en esta etapa y pueden perdurar hasta la edad adulta.
– 6 a 11 años
El niño alcanza la capacidad de diferenciar las representaciones internas de la realidad objetiva. Los miedos serán ahora más realistas y específicos, desapareciendo los temores a seres imaginarios o del mundo fantástico.
Toman el relevo como temores más significativos como el daño físico (accidentes) o los médicos (heridas, sangre, inyecciones). Puede también presentarse, dependiendo de las circunstancias, temor hacia el fracaso escolar, temores a la crítica y miedos diversos en la relación con sus iguales (miedo hacia algún compañero en especial que puede mostrarse amenazador o agresivo). El miedo a la separación o divorcio de los padres estaría ahora presente en aquellos casos en el que el niño perciba un ambiente hostil o inestable entre los progenitores.
– Preadolescencia
Se reducen significativamente los miedos a animales y a estímulos concretos para ir dando paso a preocupaciones derivadas de la crítica, el fracaso, el rechazo por parte de sus iguales (compañeros de clase), o a amenazas por parte de otros niños de su edad y que ahora son valoradas con mayor preocupación. Suelen también aparecer los miedos derivados del cambio de la propia imagen que al final de esta etapa empiezan a surgir.
– Adolescencia
Se siguen manteniendo los temores de la etapa anterior pero surgen con mayor fuerza los relacionados con las relaciones interpersonales, el rendimiento personal, los logros académicos, deportivos, de reconocimiento por parte de los otros, etc. Decaen los temores relacionados con el peligro o la muerte.
Orientaciones para combatir el miedo infantil
1- En primer lugar, vivir la situación del niño con tranquilidad, sin mostrar (al menos delante de él) preocupación o angustia. Recordemos que el modelado, es decir, los comportamientos que el niño observa de los padres son los patrones que interioriza. Padres excesivamente preocupados pueden ser un mal modelo y aumentar la tensión.
2- No forcemos al niño a efectuar aquellas conductas que teme. Hay que trazar un plan de forma que podemos crear aproximaciones sucesivas. Por ejemplo, en un niño que teme a la oscuridad, no podemos pretender que lo supere inmediatamente por mucho que se lo razonemos. Hay que crear una gradación de situaciones y avanzar paulatinamente. No dar importancia a los retrocesos y celebrar los pequeños progresos. La solución a los miedos no es evitarlos sino enfrentarnos a ellos, además en el caso de los niños, debemos hacerlo con calma y con mucho sentido común. Utilizad el juego y la imaginación.
Algunas técnicas psicológicas utilizan la llamada escenificación emotiva en donde las diversas aproximaciones del niño al objeto o situación temida van acompañadas de instrucciones previas en el que ha de adoptar el papel de ayudante o colaborador de algún héroe de ficción de su elección. El niño se imagina que está ayudando a su héroe favorito en la consecución de alguna misión. Estas técnicas deben ser aplicadas y controladas por un profesional ya que forman parte de lo que se conoce como desensibilización sistemática. Se trata del tratamiento psicológico más utilizado en trastornos de miedos, fobias y ansiedad.
3- Una forma muy eficaz de actuar es mediante el modelado. Uno de los padres puede efectuar la conducta temida para enseñar al niño que no sucede nada. No obstante, el modelado es más eficaz cuando el modelo es de la misma edad del niño. En especial, terapias efectuadas en grupo de iguales para exponerse a los estímulos temidos (oscuridad, animales, etc.) han resultado muy eficaces en niños.
4- Evitar siempre ridiculizar al niño por sus miedos, en especial, delante de sus compañeros. No reírse de él, no castigar ni sermonear. La atención debe estar dirigida a las posibles soluciones no a las consecuencias punitivas.
5- Evitar el visionado de películas, juegos o actividades que comporten violencia, miedo o terror. Procurar que las personas de su entorno no lancen mensajes amenazadores (si no comes llamaré a…, si no te portas bien se lo diré a…, que viene el coco…). No se trata de aislar o sobreproteger al niño, hasta cierto punto el niño debe ir integrando las diferentes emociones y el miedo forma parte natural de nuestra vida desde el inicio. No obstante, siempre será de gran ayuda que estas emociones estén reguladas por el consejo y el acompañamiento de los padres.
6- Puede resultar también útil, según el caso, la introducción de alguna técnica de relajación.
Estas instrucciones son generales y deben ajustarse a la edad del niño y sus características.
Cuando los miedos son más severos, persistentes y alteran significativamente el funcionamiento del niño en su entorno familiar, escolar o social, podemos encontrarnos con trastornos que ya no formarían parte del ciclo evolutivo ‘normal’ sino que deberían ser objeto de tratamiento especializado (fobias específicas, trastornos de ansiedad u otros). Ante cualquier duda consulte con un profesional de la salud mental.
David Molina Balastegui, director del centro de psicología
@Alboran_Sevilla