Lo que ocultan los muros de la Prisión Provincial

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Hubo un día que Nervión solo era campo. Entre malezas y caminos se erguía el edificio de la Prisión Provincial, testigo de la historia de Sevilla. Hoy, cerrada como si no quisiera revelar su pasado de sangre, el edificio continúa a la espera de un plan. Esta es la vida de la Cárcel de La Ranilla.

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A pesar de las atrocidades que pudieron cometerse en su interior durante la Guerra Civil y la posterior dictadura, el azulejo de la entrada de la prisión provincial nos lleva a unos inicios diferentes. Reza su leyenda: «Odia el delito y compadece al delincuente». Una frase perfecta para ilustrar el espíritu reformador de la mujer que llevaba entonces el cargo de Directora General de Prisiones, Victoria Kent.

Fundada por los republicanos en 1933 -ha cumplido 80 años-, la cárcel ya estaba proyectada cuando el arquitecto Aníbal González proyectó el barrio. Los Marqueses de Nervión, propietarios de los terrenos, contemplaron dejar dos parcelas libres dentro del barrio residencial que pensaban construir: una para el matadero, y otra para la cárcel. Con algo de retraso, fue terminada de construir por José Luis Aranguren, autor también de la Prisión Provincial de Valladolid.

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Su estilo por fuera es algo castizo, una cárcel muy a la sevillana con una torreta central desde la que la Virgen recibe a los condenados y despide a los que vuelven a abrazar la libertad. En su origen, la cárcel tenía tres galerías: una para los presos normales, otra que luego fue para los políticos y otro pabellón para las mujeres. Así fue como se dividió cuando llegó su etapa más oscura en los años cuarenta.

La prisión se olvidó de lo que rezaba el azulejo de la puerta y comenzó a escribir las páginas de su registro con sangre. A pesar de que en aquellas celdas cabían 300 personas, durante el Franquismo llegó a haber 3.000. Gente amontonada en los pasillos y en las celdas hasta que ya no cabía un alfiler -hubo que habilitar otros lugares como prisión, como la Comisaría de Ciudad Jardín o los sótanos de la Plaza de España-. De la Prisión Provincial de Sevilla salieron numerosos presos para ser fusilados frente a las tapias del cementerio de San Fernando. Otros fueron ajusticiados por garrote vil en el propio patio de la cárcel, al amparo de las palmeras que se plantaron al levantar la prisión y que hoy siguen en pie, testigos de parte de la historia de Sevilla.

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Llamada comúnmente de La Ranilla, este nombre no solo viene por una venta cercana que hoy estaría donde está el polígono, sino por el Tamarguillo, el arroyo que pasaba por su parte trasera. Por aquella zona el Tamarguillo usaba un alias y se le llamaba Ranilla. Ese mismo arroyo que traicionó a la cárcel y a todo Nervión cuando se desbordó en 1961 provocando el pánico. Aquella cárcel aguantó en funcionamiento casi hasta 2007.

Cuando se levantó la cárcel, el edificio pretendía albergar a todos aquellos que no cabían en la antigua Cárcel del Pópulo, en El Arenal. Y tiene cierta similitud con la prisión del final de Adriano. Si famosas eran las visitas cada madrugá de la Esperanza de Triana a los presos -de allí salió aquella marcha antológica ‘Soleá dame la mano’, de un preso que pedía amparo desde el otro lado de las rejas de la cárcel-, la Prisión Provincial también tuvo su historia cofrade. Cuando la Hermandad de la Sed salía el Viernes de Dolores y estaba comenzando su historia, allá por 1971, durante 8 años los dos pasos de la hermandad terminaban su camino ante las puertas de la Prisión Provincial. Allí los presos de la cárcel cantaban desde las rejas saetas al Cristo de la Sed y la Virgen de Consolación.

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20 años después la atrocidad volvería a la cárcel, en plena democracia. Una mañana de 1991 una bomba de ETA explotaba en el escáner del servicio de paquetería, dejando cuatro muertos. El terror vivido aquel día en el edificio principal de la cárcel, que es justo el que queda en pie, unió a las víctimas del terrorismo y de la dictadura en unos escasos metros cuadrados. La leyenda negra de Ranilla seguía alimentándose.

Hoy, el edificio ya no cuenta con ninguno de sus tres pabellones, solo queda el edificio principal en espera de que alguien se acuerde de él y le de una nueva vida que borre con luz el oscurantismo de 80 años de dolor. Parece que el parque que lo rodeará estará terminado a finales de año, aunque el edificio histórico de la cárcel tendrá que seguir esperando.

*Fotos de @Callejonero y @Sevilla21web

Miguel Pérez Martín

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