Como dice la sabiduría popular, «La procesión va por dentro». Y así lo han asumido los hermanos de San Bernardo, que han visto cómo los pronósticos meteorológicos dejaban sin Refugio ni Salud en la calle al barrio de los toreros.
La Sed anunciaba pasadas las 12 de la mañana que no saldría. Una hora más tarde los hermanos y los curiosos que se habían acercado hasta la Parroquia de San Bernardo, se preguntaban si pesaría la decisión de la hermandad de Nervión en el cabildo que estaba reunido en San Bernardo. La iglesia era puro bullicio: un mar de nazarenos de capa negros y morados llenaba cada rincón del templo. San Bernardo pone en la calle un cuerpo de nazarenos de más de 2.000 integrantes, con un alto número de niños en su cortejo.
El riesgo estaba ahí. El Hermano Mayor, José María Lobo, ha tardado en acercarse hasta el micrófono, pero la noticia era un secreto a voces. Los responsables de la hermandad manejaban pronósticos de hasta el 85% de probabilidad de lluvia en sus primeras horas en la calle. No ha podido ser. El Director Espiritual decía durante el rezo: «Esta es la penitencia que nos ha venido del cielo». Nada más comunicar la noticia, con las puertas aún cerradas, los primeros nazarenos, los más pequeños, se preparaban ya para enfundarse el capirote y partir a sus casas acompañados de sus padres, algunos entre lágrimas.
La mayor parte de los nazarenos se quedaron en el templo, porque querían ver andar al Cristo de la Salud y la Virgen del Refugio, que presidían el altar mayor y debían trasladarse hasta los pies de la iglesia, donde siguen expuestos hasta las 21.30 para que el barrio los vea. Un traslado emotivo y solemne en el que los pasos se han movido al ritmo del órgano de la iglesia, que interpretaba las grandes obras maestras de la música procesional, como Jesús de las Penas, Virgen del Valle o Amarguras.
Desde ese momento, la iglesia ha estado abierta de par en par, como permanece para que todos los curiosos y devotos puedan ver la elegancia de la tercera hermandad en número de nazarenos de la ciudad.
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Miguel Pérez Martín