La noche que corrí la Nocturna del Guadalquivir

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Miguel -redactor- y Quique -nutricionista- en familia en la salida de la carrera.
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Nuestro colaborador Fernando preparado para comerse los 8,5 kilómetros.

No sabía si iba a llegar a la meta porque, seamos sinceros, lo de correr era algo nuevo para mí. Nunca me había entusiasmado aquello de salir a trotar por la ciudad solo sin ningún rumbo fijo. Correr por correr. Pero igual que la vida cambia, las personas también, y antes de darme cuenta estaba enfundado en la camiseta naranja un 25 de septiembre. La Nocturna del Guadalquivir es, ante todo, una carrera que se corre entre amigos. Es una fiesta alimentada por el deporte, una excusa para pasar un buen rato en clave de salud un viernes por la noche. Todos me dicen que en los primeros kilómetros habrá un atasco que no me permitirá más que andar, y que la situación volverá a repetirse a la entrada. Que al final la carrera no son esos ocho kilómetros y medio, sino que es menos. Ya veremos. En la espera ante la salida, los megáfonos y los disfraces hacen que esto sea una verdadera fiesta. El mar de camisetas naranjas aguarda a que los arcos efímeros se enciendan del todo y la carrera dé comienzo. Pronto se escucha la cuenta atrás y, como una marabunta, los corredores avanzan por la avenida dispuestos a recorrer la ronda histórica.No es que no haya atasco, es que se corre perfectamente. Nervión al día está corriendo esta noche en pleno, y estamos orgullosos de que parte de esos últimos metros que forman el circuito pasen por Menéndez Pelayo dejando atrás San Roque, el Puente de San Bernardo o el Prado.

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La carrera transcurre no demasiado fresca a pesar de recorrer la ribera del río, en el que se mira Triana. El grupo va alternando, y el que tira del carro siempre es distinto, para que todos tengamos nuestro lugar y las fuerzas no decaigan. Al llegar al túnel de Arjona, en las cristaleras vemos un océano naranja moverse al unísono, y ese mismo océano recorre el túnel mientras a ti te entra un escalofrío con lo ensordecedor del eco que se forma y, al fin, la posibilidad de ver a todos los que te preceden en todo su esplendor. La emoción se palpa en el ambiente.

Vamos avanzando, y al pasar por el Arco de la Macarena, sabemos que ya queda menos, aunque no estamos cansados ni nos importa. Correr ahora sí tiene sentido cuando lo haces con la gente que quieres. Avanzamos por la ronda, y dejamos atrás la torre de San Roque para enfilar la recta final. Cada kilómetro conquistado es una victoria, cada adelantamiento, un orgullo. Vale que esto no es una maratón ni una carrera para conseguir marca, pero no nos importa. Seguimos avanzando disfrutando de esta ciudad que parece otra cuando cae la noche y el sol le da una tregua.

Al llegar de nuevo al Paseo de las Delicias, nos damos la mano para entrar juntos. La meta no es un alivio, casi que es un momento de tristeza, de preguntarnos por qué no ha durado más, que podríamos haber seguido. Con las camisetas naranjas empapadas y la satisfacción de una noche diferente, nos empleamos en los estiramientos. Y, como un poco ‘jartibles’ que somos para todo, ya pensamos no en la próxima Nocturna, sino en la carrera de Nervión de finales de febrero. Para entonces haremos camisetas, que se note la fuerza del equipo. Correr siempre tiene sentido cuando la ciudad se paraliza para que lo hagas.

Miguel Pérez Martín

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