Ya en el siglo XIII existía la tradición de celebrar ferias en Sevilla. En concreto hacia el año 1254 el Rey Alfonso X El Sabio, otorgaba el permiso para la celebración de dos ferias anuales en: una de primavera en abril y otra en otoño, la de San Miguel. Desde Triana al día hemos investigado el por qué de esta especial Feria única en el mundo.
Unos 400 años después, dos sevillanos de adopción y concejales del Ayuntamiento hispalense, el vasco José María Ybarra y el catalán Narciso Bonaplata, se les ocurrió rescatar esta hermosa tradición. Tuvieron la idea de celebrar una feria anual de tres días de duración, que tendría lugar en el mes de abril y con un carácter mercantil para compra y venta de ganado; dejando la de San Miguel para un «después» y evitando la coincidencia en fecha con la de Carmona.
Tras la aprobación de la Reina Isabel II, el 18 de abril de 1847, en el Prado de San Sebastián, se inauguró la primera Feria; a la que acudieron cerca de 25.000 visitantes. Aunque se contaban con pocos días, Sevilla se dispuso a organizar la que sería su «feria nueva». Para ello se eligió como ubicación el Prado de San Sebastián, con 19 casetas en las que se comerciaban vinos, aguardientes, chacinas… sin olvidar el mercado ganadero, su razón de ser.
El 17 de abril, vísperas del festejo, se abrió la Exposición ganadera en la Plaza de Toros de la Real Maestranza. Desde sus comienzos la feria contó con el aliciente de los acontecimientos taurinos. Se celebró una corrida de toros el 17 de abril en la que se lidiaron seis ejemplares de la ganadería de Taviel de Andrade y dos de Francisco Arjona, para los diestros Juan Lucas Blanco de Sevilla y Manuel Díaz de Cádiz.
La feria resultó un éxito. Los visitantes forasteros superaron los 25.000 y los sevillanos duplicaron esta cifra. Los periódicos de la época dedicaron grandes elogios por su brillantez y animación, y se presumía que llegaría a ser la primera de las que España tiene.
Con los años la feria se convirtió en uno de los festejos más relevantes de la ciudad y cambió su carácter mercantil por el de fiesta social, sólo interrumpida dos años durante la Guerra Civil. Debido a que el emplazamiento en el Prado se quedó pequeño y al alto número de visitantes, se decidió que ésta cambiase y en 1973 fue necesario trasladar la feria a la ubicación actual en Los Remedios.
Hasta la actualidad, la ciudad se vuelca cada mes de abril para engalanar la ciudad y llevar a punto el traje de ‘flamenca’ o de ‘gitana’ para lucir por el Real y por las casetas. Casetas que son por lo general sencillas y bellamente adornadas, donde no falta el Fino de Jerez o la Manzanilla de Sanlúcar de Barrameda, el jamón, las gambas, el baile, las sevillanas, las palmas, la guitarra y el buen ambiente y las ganas de pasarlo bien. Tampoco debe faltar el «caldo del puchero» con un poco de fino, capaz de hacernos sentir como nuevos o los buñuelos y churros con chocolate de las buñueleras al salir de la feria.
Desde su origen y hasta nuestros días por la Feria de Abril han pasado muchos momentos de esplendor, convulsiones políticas y penurias… ha conocido dos emplazamientos diferentes y ha evolucionado desde un origen eminentemente ganadero hasta la feria urbana y festiva que hoy es. Pero desde sus comienzos la feria ha sido más que una semana, más que la fiesta de la primavera sevillana, la Feria ha sido y es un estado de ánimo para todos los sevillanos. Días de alegría, color, sabor, cante y encuentros, donde los sevillanos disfrutan de su ciudad al máximo, convirtiendo su caseta en su propia casa para recibir, invitar y pasar buenos momentos con amigos y familiares.
Laura Liñán