Como todas esas historias maravillosas de Sevilla, no sabemos cuánto de verdad hay en ella. Pero dicen que un día de finales del siglo XX se encontraron restaurando la bóveda de la Iglesia de San Roque una calavera. Lo que quizá no imaginaban es que aquella calavera era la de Diego Corrientes, uno de los grandes bandoleros del siglo XVIII.
Nacido en Utrera en 1757, Diego Corrientes era un bandolero al que las novelas románticas transformaron en un Robin Hood de Sierra Morena, un héroe que le quitaba el dinero a los ricos para dárselo a los pobres. Con apenas 20 años, Corrientes ya era uno de los bandoleros más buscados de Andalucía. Dicen que su delito era robar caballos de los cortijos para luego venderlos en Portugal, pero en su sentencia de muerte precisan que «No hizo muerte alguna».
Fanfarrón y alegre, rápido como el viento y descarado, precipitó su final en una venta utrerana, conocida entonces como La Alcantarilla. Se acercó a una diligencia y se asomó a la ventanilla. Dentro iba Francisco de Bruna, poderoso señor de la Real Audiencia, al que el pueblo conocía como «el señor del Gran Poder». Con todo el descaro, Diego Corrientes, que sabía perfectamente quién era el ocupante de la carroza, metió la pierna por la ventanilla y le dijo al Oidor decano de la Audiencia que le atase los zapatos. De Bruna se los ató, pero desde ese momento supo que tenía que acabar con aquel joven de 23 años. Al despedirse, el bandolero le dijo: «No se asuste usía. Diego Corrientes roba a los ricos, socorre a los pobres y no mata a nadie. A usía le han engañado si le han dicho otra cosa. Lo que Diego hace, cuando llega el caso, es demostrarle al Señor del Gran Poder que está en la Audiencia que él no teme más que al Señor del Gran Poder que está en San Lorenzo».
Desde ese momento, De Bruna lo persiguió y puso precio a su cabeza. ¿Sus delitos? Asalto y robo de caballos. De Bruna ofreció 10.000 reales al que lo entregara. Y cuenta la leyenda que entonces un hombre se presentó en el despacho de la Audiencia de De Bruna: venía reclamando el dinero por entregar a Diego Corrientes. El decano no entendía nada, porque el hombre venía solo. Fue entonces cuando el hombre sacó dos pistolas y le dijo «Diego Corrientes soy yo. ¡Los diez mil reales y pronto!». Tras recoger el dinero, le hizo una reverencia y salió de la casa tras haber burlado a la mayor autoridad de Sevilla.
Si esto hubiera sido cierto, se entendería que el Oidor decano removiese cielo y tierra para encontrarlo. Corrientes era huidizo y lo esquivó mucho tiempo, hasta que en una noche en Olivenza, un bandolero lo entregó en un olivar. Fue conducido a la cárcel de Badajoz y llevado luego hasta Sevilla. Un Viernes Santo de 1781 De Bruna ganó la partida, y desde su balcón de la Real Audiencia vio como ahorcaban en la Plaza de San Francisco al bandolero. La gente asistía a la muerte del que para muchos había sido un héroe popular.
Lo que pasó después del ajusticiamiento es demoledor. El cuerpo de Diego Corrientes fue llevado más allá de la Puerta de la Carne, donde hoy se encuentra el Puente de San Bernardo, y allí fue desmembrado. Cada una de las partes de su cuerpo fue repartida por los lugares donde había cometido sus crímenes, en tres provincias distintas. Su cabeza dicen que estuvo en la Puerta Osario colgada, aunque otros afirman que se llevó hasta la venta de La Alcantarilla, donde había un pequeño castillo, y se colgó de la torre, muy cerca de donde Corrientes desafió por primera vez a De Bruna.
Y ahora dejamos la leyenda para volver a la realidad, a los archivos de San Roque que se quemaron en el incendio de la parroquia en 1936. Allí se encontró en el libro de entierros una notificación: «En treinta de marzo de mil setecientos ochenta y un años, se enterraron en el Carnero de esta Iglesia Parroquial de San Roque, extramuros de Sevilla, los despojos de un hombre que ajusticiaron, llamado Diego Corrientes, natural de la villa de Utrera».
No sabemos si sus restos siguen allí, ni si aquella calavera que supuestamente encontraron era la suya. La leyenda sigue hasta nuestros días, ya que para no reventar el mito se dice que aquella calavera fue robada la misma noche en que fue hallada y usada por unos niños para jugar al fútbol, lo que la dejó destrozada. Lo que sí dicen es que aquella calavera tenía un agujero en el hueso a la altura de la frente, como si la hubiesen colgado por un gancho. Quién sabe si los restos de uno de los bandoleros más celebres de la historia, el bandolero generoso, duermen aún bajo la parroquia de la Plaza de Carmen Benítez.
Miguel Pérez Martín