El nombre de esta calle, a medio camino entre el nuevo Nervión de las bulliciosas avenidas y las villas tranquilas, encierra la historia de un hombre incalificable: loco, santo, altruista, genio, maltratado, devoto… En su época no dejó indiferente a nadie, lo que no cabe duda es que Juan de Dios fue un hombre extraordinario.
Si bien Juan nació en tierras portuguesas -aunque los archivos vaticanos dicen que nació en un pueblo de Toledo-, España y sobre todo Granada, lo consideran un hijo de la ciudad. La vida de Juan fue la vida de un viajero, de un curioso y de un alma inquieta. Cuando era aún un adolescente, fue pastor en Toledo; pero su señor lo llevó a la guerra, a la defensa de Fuenterrabía contra las tropas francesas, siendo expulsado por negligencia y salvándose del cadalso por los pelos.
Es entonces cuando Juan -después de ir a defender Viena de los otomanos con el Conde de Oropesa-, una vez muerta su familia, pone rumbo a Andalucía. Allí encuentra en tierras gaditanas a una familia desterrada por el Rey de Portugal y se convierte en su sirviente, viajando con ellos a Ceuta. Entonces la familia cae enferma y Juan se pone a trabajar en la reparación de las murallas de la ciudad para que todos puedan comer con su sueldo.
Vuelve a la península y allí decide hacerse vendedor de libros y estampas, y en su viaje llega a un lugar donde comienza la leyenda. En la serranía malagueña, se encuentra a un niño desvalido. No duda en ayudarlo, y el niño aparece con una granada en la mano y le dice antes de irse: «Juan, Granada será tu cruz». Dicho esto, parte hacia la ciudad nazarí sabiendo que allí encontrará la gloria y la muerte.
En Granada monta una librería en la calle Elvira. Escuchando a San Juan de Ávila, tiene una revelación y decide entonces dedicarse a los demás por completo. El santo le pone como penitencia en la confesión hacerse el loco por las calles de Granada, para que viva cómo es el trato humillante que se les da a estas personas. Juan quema los libros de su tienda y sale a las calles, a sus 40 años, medio desnudo y gritando: la gente lo apedrea y lo insulta. Es entonces cuando lo recluyen en el Hospital Real. Allí verá como maltratan a los enfermos mentales sin piedad. Un día el hospital se incendió. Juan de Dios entró varias veces a través de enormes llamaradas para sacar a los enfermos sin sufrir quemaduras. Así logró salvarle la vida a todos los pacientes.
Cuando Juan de Ávila vuelve a Granada, consigue sacarlo del hospital y le dice que viva una «locura de amor», por lo que coge una pequeña casa para atender a los enfermos como merecen. Dicen que durante todo el día, Juan recibía y cuidaba a los enfermos en la humilde casa, mientras que por las noches salía a las calles pidiendo limosna para sus enfermos. Al volver a casa, tras un día extenuante, conseguía dormir unas horas bajo una escalera. Y vuelta a empezar. El obispo al enterarse de todo lo que hacía, decidió llamarlo «Juan de Dios».
Fundó el hospital con otros compañeros y así, la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Otro día, al desbordarse el Genil, Juan de Dios se lanzó a las aguas para salvar a uno de sus jóvenes que había sido arrastrado por la corriente mientras recogía leña para el hospital. Aquella zambullida derivó en una pulmonía letal que se llevaría por delante a Juan de Dios solo 15 años después de su llegada a Granada, a los 55 años.
El legado de San Juan de Dios es tremendo: una congregación dedicada por entero a cuidar de los enfermos , formada por 1.500 hermanos que atienden 216 casas en los cinco continentes. Uno de esos centros, junto a la calle que está en Nervión con su nombre, es un edificio del que otro día os contaremos su apasionante historia.
Miguel Pérez Martín