No paro de ver cómo los responsables del turismo de la ciudad fardan de los conventos sevillanos. «Sevilla es la ciudad con más conventos del mundo después de Roma», dicen por las redes sociales. Lo que no dicen es cómo deja Sevilla que sus conventos agonicen en una época en la que cada restauración parece un mundo.
El Convento de San Agustín es, como la Parroquia de San Roque, un edificio que ha vivido lo suyo. Tras las desamortizaciones, la destrucción y la guerra, ahora vive la plaga del siglo XXI: el olvido. La crisis nos justifica en todo en estos tiempos y los proyectos se meten en un cajón con frases como «no es una prioridad» o «no hay dinero». Se puede comprender el olvido al que algunos relegan a edificios cuando hay gente que no tiene para comer: la lógica impera, y hay necesidades más importantes e inmediatas que solventar.
Pero eso no quita que haya edificios que se caen a pedazos y que, cuando pasen los años, podamos lamentar que perdimos nuestro patrimonio por dejar pasar la ocasión de restaurarlo. Mientras parece que fluyen los proyectos para edificios como la Estación de Cádiz o el Mercado de la Puerta de la Carne, San Roque ve cómo otro de sus edificios más importantes están condenados al olvido.
¿Qué fue de aquel proyecto de Cruz y Ortiz para convertirlo en un centro de congresos con parte de hotel? ¿por qué solo la Hermandad de San Esteban tiene llave para acceder al convento de la calle San Alonso de Orozco? ¿Es justo que una puerta de Hernán Ruiz, el autor del remate de la Giralda, siga tirada en el suelo a la intemperie en el claustro del ruinoso convento? Hay prioridades, y hay que acatarlas: la crisis ha devastado a la ciudad y las familias lo están pasando mal.
Pero no olvidemos a nuestros edificios, nuestro patrimonio. San Agustín se desmorona, y no hay ya frailes que puedan mantenerlo vivo. Solo depende de la sociedad civil y de una ciudad que tarda demasiado en reaccionar. Sus ventanas sin cristales ni portones dejan pasar el frío y la lluvia al interior. El convento está desprotegido y su claustro lleno de cascotes fruto de los derrumbamientos. ¿Hasta cuándo?
Carlos Fernández es vecino de San Roque