En Nervión hay que morir. Y ya. Lo de este sábado ha sido otro bofetón a todos aquellos que piensan que Sevilla es lo que se cuece intramuros.
Llego a la puerta de la Parroquia de la Concepción y decir que es Miércoles Santo es quedarse corto. Difícilmente me hago hueco junto a un árbol en Cristo de la Sed desde donde veré el escorzo del Cristo de la Sed brotar del dintel de la puerta. Preparo el textito que acompañará al directo en Facebook y estiro el palo selfie que en la era del modo retrato ha quedado más que obsoleto para lo que nació. La cobertura es tremendamente mala, y con angustia veo que hay que tener mucha fe para creer que el que sale en el directo es el Cristo de la Sed. Los gráficos de Super Mario son HD y 4K al lado de esto.
En el bullicio, unas adolescentes que se han vestido de Domingo de Ramos comentan el último ‘like’ del chico que les gusta en Instagram. Mientras, el crucificado recibe la luz del atardecer desde el tercer anillo del Sánchez-Pizjuán. Niña, déjate de pamplinas y mira que te lo estás perdiendo. PUM. Soy más viejo que una montaña.
A la carrera por la Gran Plaza llego hasta las puertas de San Juan de Dios, en las que debe estar toda Sevilla y parte del Aljarafe. Allí, los fotógrafos de la prensa morada comentan sus chascarrillos en el pasillo central a la espera de que llegue el crucificado. El despliegue de seguridad es apabullante y no sé si estoy del todo conforme con este blindaje del hospital. Estamos tan despegados tras las vallas que la preciosa alfombra de sal que han hecho en el suelo no la ve casi nadie. Pero la seguridad siempre es lo primero.
Un chaval que habla como en susurros me pregunta si lo que se ve al final de Eduardo Dato es la Catedral. Miro. La Giralda y su silueta inconfundible reina sobre el Puente de San Bernardo en el horizonte. Un poco incrédulo por la pregunta, le digo que sí. Se nota la de gente que ha venido de fuera para ver al Señor de Nervión. Al otro lado, una chica muestra a su amigo su frustración porque «a este Cristo no le hacen nada». Es el movimiento cofrade parkour, en el que más piruetas y pasitos para atrás es sinónimo de mejor. Su amigo le explica con una paciencia que ya quisiera yo que es una hermandad que anda de frente pero que anda muy bien.
Cuando llega el Cristo, imponente y en un lugar de tanta belleza como el Hospital, el amigo del de la Giralda abre la boca. Mientras niega con la cabeza, dice que el paso va regular porque se ve en que los candelabros van botando. Es un ejemplo del crítico costaleril que le daría lecciones al bueno de Ricardo Almansa, un hombre que ya quisiera yo que me animara a mí en cada decisión difícil de la vida como él anima a sus costaleros. Todos llevamos un capataz dentro, supongo. Aunque no siempre un capataz bueno.
Tras la locura hermosa de San Juan de Dios, el Cristo de la Sed inicia el tránsito por una serie de calles que a la mayoría les sabrán a poco. Pero porque no entienden que este recorrido va más allá de los «rinconcitos con encanto». La Sed ha elegido el recorrido de aquel último Viernes de Dolores antes de ir a la Catedral, porque tienen una altura de miras que va más allá de las banalidades de nuestro tiempo. Y por eso esta extraordinaria es un ejemplo para una hermandad que va a estar en la calle la mitad de tiempo que estaría cualquier Miércoles Santo.
En las calles interiores como Alejandro Collantes o Marqués del Nervión, en las que muchas de las antiguas y señoriales villas de Nervión han dado paso a edificios funcionales que nos dejan fríos, el Señor de Nervión sigue arropado por toda esa juventud -independientemente de su edad- que va a hablar con él a la Concepción cuando las cámaras no enfocan y los pasos duermen en la casa hermandad. Porque ante el altar de la Concepción siempre hay alguien, llueva o truene. Y eso da sentido a todo lo demás.
En los bares de Eduardo Dato y Gran Plaza en esos momentos de callejeo del cortejo no cabe un alfiler. Y aquí se ven las dos caras de la hostelería. En una franquicia de la Gran Plaza los camareros están al borde de las lágrimas ante una multitud que busca un respiro en una espumosa Cruzcampo. No lo llevan bien y la gente se va harta de esperar. Mientras, en el bar que está justo frente a la puerta de la parroquia, la coreografía de los que atienden es perfecta. Todo el mundo está atendido al instante y el servicio es fluido. Esto también es entender lo que es el barrio y ser barrio.
El Señor de Nervión viene por Rico Cejudo como hombre más que como Dios. Particularmente, creo que la hermandad ha tenido un acierto absoluto al sacar al crucificado sin potencias y sin corona de espinas. Ojalá así todos los Miércoles Santos. Es probablemente una de las tallas más humanas de Sevilla: porque mira a su barrio a los ojos desde la altura de su cruz, y el barrio le devuelve la mirada. Y entonces se dirige el paso al Viejo Nervión, esa maraña de calles que el Señor de Nervión visita en via crucis pero ya no sobre su paso. El barrio frontera entre la Milla de Oro de la Buhaira y las dificultades de Los Pajaritos. Feligresía de contrastes.
El Cristo de la Sed se perfila ante la puerta de la Prisión Provincial, un testigo de los horrores más terribles que no debemos echar abajo nunca. Porque hay que dejar testigos de nuestras miserias para no volver a repetirlas. Y ante el letrero de la cárcel, el barrio enmudece. Es Viernes de Dolores y la medianoche ya ha dado paso a la madrugada del domingo. Un vecino de Mariano Benlliure se ha traído hasta la escalerita de casa para grabar con su tablet al Cristo de la Sed llegando a la prisión de La Ranilla. Más allá, el polvero ha revestido su fachada con una imagen enorme del Cristo de la Sed. El barrio que lo vio nacer celebra el regreso del hijo pródigo. Quién sabe si entre el público queda alguno de aquellos represaliados por sus ideas que vieron consumirse su vida entre las rejas de la cárcel.
La prensa morada ‘mainstream’ pavonea delante del paso. Algunos parece que han descubierto que la hermandad existe esta semana. Como mucho, la ven cada Miércoles Santo desde su balcón previamente cedido en San Juan de Dios y se olvidan de ella el resto de la jornada. Y de repente este sábado son de La Sed desde chiquititos. Golpecitos de pecho en las redes sociales mediante. Doy gracias por poder vivir lo que es La Sed por este periódico cada día del año, por esa inmensa obra social y por lo que hacen por los jóvenes y mayores del barrio. Lo extraordinario no es esto, sino lo que pasa cada día en la corporación del Cristo de la Sed y la Virgen de Consolación.
Cuando el crucificado va camino de la revirá de Cristo de la Sed, en el bar Hermanos Costaleros los tiradores de cerveza no dan abasto. Y un público muy joven espera al Señor de Nervión como si fueran las 12 de la mañana. A la entrada, en la Parroquia de la Concepción, la multitud ya espera a que la policía corte la avenida para hacer un pasillo triunfal al cortejo. El bar de la esquina sigue a pleno rendimiento con disciplina de Miércoles Santo. Conforme avanza la comitiva, la apertura de la puerta de la Concepción nos deja a todos con la pena en el cuerpo.
Marca la una y media el reloj de la torre y el crucificado se aproxima al cruce de la Cruz del Campo. Hay más gente aún que en la salida hace ahora casi siete horas. Hoy Nervión es el corazón de la ciudad, aunque para mí lo sea siempre. Suena ‘Señor de Nervión’ por ese regalo que es la banda de Rosario de Cádiz -que afortunada locura la de La Sed abriéndole en su día las puertas de Sevilla-, y algunos integrantes de la Banda de Mairena que custodian los miércoles a la Virgen de Consolación aparecen por allí tras tocar en Triana para ver a la hermandad.
El tiempo se detiene mientras el Cristo de la Sed se entierra poco a poco en el calvario de rosas para poder salvar el dintel de la puerta. Y con los candelabros retando las jambas de la parroquia, pienso que estas siete horas han sido solo un suspiro. Y un ejemplo. Y pienso que La Sed podría haber elegido hacer un recorrido de 15 horas interminables o visitar todos los templos del distrito, que podría haberlo hecho. Pero a los de extramuros siempre se los mira con lupa. Y La Sed no quiere dar una lección, pero la da. Y no tira de derroche y de desmedida para mostrar su poder, porque su poder está en la gente que la acompaña. Y no recibe cinco petalás en la misma calle, ni cambia su forma de andar, ni se para ante todo lo parable porque cualquier excusa es buena. Anda de frente, que el Rey de Nervión seguro que así lo quiere. Y llena las almas en este sábado que tiene memoria de Viernes y bullicio de Miércoles.
Y son un orgullo. Y pienso en aquel Cardenal Bueno Monreal que lo dio todo para que esta hermandad fuera una realidad, y en lo que debe pasar ahora mismo por la cabeza de Ricardo Almansa y de Pepe Cataluña, y pienso en Luis Álvarez Duarte cuando redefinió al Dios que es Hombre en esta talla. Y en todas esas hermandades a las que La Sed abrió las puertas de la muralla, como la ejemplar Hermandad de San Pablo. Y pienso en el legado que esta hermandad deja en Sevilla en medio siglo de vida y me siento feliz de poder acompañarla en el día a día, porque Nervión es mejor porque ella existe. Y me voy a la cama con ese pellizco de la belleza que acaba, de esas siete horas que han parecido siete segundos, y con el alma llena de Nervión. El que iba en el cortejo y el que iba en la calle. Que un Dios muy humano me ha mirado desde la cruz de su tormento, y me ha dicho que todo va a salir bien. Y con eso, créanme, ya he tocado el cielo con las manos.