Probablemente la suspensión de las procesiones en Semana Santa haya sido el bofetón que le hacía falta a la ciudad. El virus está aquí y hay que combatirlo.
Amanece la mañana triste de Nervión. Y lo que no sabía es que iba a serlo aún más. Era un secreto a voces, pero eso no quita el efecto demoledor que supone. Todos estamos mal acostumbrados a las grandezas de la ciudad en primavera. Y por eso la suspensión de las procesiones de Semana Santa es una puñalada directa al alma, reconozcámoslo. Aunque nos lo esperáramos, aunque los que somos creyentes sepamos que la Semana Santa sigue siendo Semana Santa sin bordados ni plata. Duele.
Le ha dolido al alcalde, y no tengo ninguna duda. ¿Ser el alcalde de Sevilla que suspendió la Semana Santa en una ciudad como esta y siendo el primero de las ocho capitales de provincia en hacerlo? Díganme si no es difícil, díganme si no es momento de callarse y de ponerse en la papeleta terrible de Juan Espadas. Los que se queden con lo de la fanfarronada de la OMS y demás lindezas, me dan igual. Tendríamos que vernos en su lugar, en ese caramelo envenenado que es ser alcalde de Sevilla -bien saben de aquello Rojas-Marcos, Becerril, Monteseirín y Zoido en los últimos años-. En Twitter, el compañero Fernando Pérez de Diario de Sevilla pone una verdad como un templo con un poco de guasa: «2020 va a ser el año en el que veamos en YouTube todos esos vídeos que la gente grabó con sus móviles en las últimas Semanas Santas. Eran todos unos visionarios. Y nosotros pensando que no disfrutaban del momento». [Sigue leyendo tras la foto]
Veo desde mi ventana un bar con la gente desayunando tranquilamente antes del anuncio de que no habrá Paz en el Parque ni Sed en San Juan de Dios. Un bar que vende churros, aunque por Twitter veo a un seguidor fiel llamado Manolo Ruiz enseñándonos a hacer churros en casa, ideaza por otra parte. ¡Que nadie se quede sin calentitos! Mientras, veo vídeos de la gente histérica abarrotando el Mercadona y haciendo cola antes de que abra Carrefour. A lo mejor es que las autoridades sanitarias se han explicado mal. Os digo una cosa: nadie ha dicho que vaya a haber desabastecimiento. En el Mercado de Las Palmeritas, hay gente comprando y los puestos llenos de género. Esa gente se está preocupando para que a ti y a tu familia no les falte nada en tu casa. Lo hacen todo el año, aunque tú prefieras ir al supermercado. Es el momento de decirle a nuestros tenderos de barrio que estamos aquí, y que cuando pase la pandemia vamos a quedarnos.
Os dijimos que nos íbamos a quedar en casa, porque hay que dar ejemplo. Y así ha sido, más allá de salir a comprar productos de primera necesidad y volver rápidamente a casa. Los parques van a cerrar, incluidos los infantiles. Se han suspendido las licencias municipales de ocupación de la vía pública -las terrazas de los bares- a las dos de la tarde en un comunicado del ayuntamiento. Pero Sevilla ya está distinta desde esta mañana. [Sigue leyendo tras la foto]
Me meto en la señal en directo de las cámaras de tráfico de la ciudad, y me quedo en silencio mirándolas. El vacío. Por mucho que el aire de la ciudad está dando un aplauso a esta situación, es desolador ver la Enramadilla vacía. Luis Montoto solo con dos taxis. Recaredo y Menéndez Pelayo sin apenas coches. San Francisco Javier y Luis de Morales, el entorno de los centros comerciales, sin apenas vehículos. Estamos viviendo un momento que recordaremos y que, probablemente, contemos como batallita a nuestros nietos. Desde casa, suena el butanero agitando las bombonas del camión para anunciar que ha llegado con su reparto. El golpe ronco de las bombonas nunca ha sonado con tanto eco. La ciudad sigue asimilando lo de la Semana Santa. El sol de la primavera se cuela por las ventanas y me arrepiento de no haber arrancado ayer una rama de azahar para traérmela a casa. Ya habrá tiempo de disfrutar de la calle.