Esto puede parecer una leyenda, y en algunas de sus partes le parecerá increíble y propio de novela policíaca. Pero la historia es tan real como que sucedió una noche de enero de 1946, cuando una sombra se adentró en la Parroquia de San Roque para llevarse la corona de Gracia y Esperanza.
San Roque aún estaba reponiéndose de la quema de su iglesia por parte de unos exaltados en 1936. Habían conseguido rehacer sus pasos, sus enseres y hasta las imágenes del Señor de las Penas y la Virgen de Gracia y Esperanza. Pero aunque solemos desconfiar de los de fuera, a veces el mal lo tenemos en casa. Aquella noche de enero, el archivero contratado por el párroco de San Roque, un chico de 26 años natural de Marchena y llamado Valentín, hizo uso de sus ganzúas y se adentró en la iglesia de San Roque desde la puerta de la calle Recaredo.
Una vez dentro, se acercó en la penumbra hasta el altar. Ahora era el momento de llevar a cabo el crimen perfecto. Con la complicidad de la oscuridad, este joven utilizó todas las triquiñuelas que había aprendido en las novelas de detectives que tenía en su mesilla de noche, su pasión y su obsesión. Despojó a la Virgen de Gracia y Esperanza de la corona que había estrenado unos años antes y se llevó también el cáliz, entre otros objetos.
Ahora tocaba preparar el escenario para despistar a las fuerzas del orden público. Sacó de su bolsa las pruebas falsas que habían de despistar a la policía: una alpargata del número 40, un tapón de corcho que hiciera creer a la policía que el ladrón usaba bastón y una gorra que había comprado horas antes, en la que colocó unos cuantos cabellos canosos que había cogido de una barbería.
Nada podía salir mal. Al salir del templo, nadie lo vio. Así que se escapó con la corona entre sus manos… pero por el camino su conciencia fue su peor enemiga. Los remordimientos y el miedo le llevaron hasta el río Guadalquivir, donde arrojó lo robado a las aguas del río, incluida la corona. Tras esto, a la mañana siguiente se presentó en el cuartelillo para entregarse.
Nunca se volvió a saber nada de la corona, a pesar de que hasta un buzo se sumergió en las aguas del Guadalquivir para buscar, con ayuda de las indicaciones del ladrón, la presea de la dolorosa de San Roque. Pero no hubo suerte. Aquella Semana Santa, a pesar de los ofrecimientos de las hermandades que cedían coronas para Gracia y Esperanza, la dolorosa de Carmen Benítez salió bajo palio sin corona el Domingo de Ramos. Al año siguiente, sería coronada canónicamente por el Cardenal Segura haciéndose eco de unas palabras de San Pablo: «Por eso destruyeron este templo y se ha levantado otro mejor; profanaron el sagrario y hubo una saludable reacción y se ha hecho otro mejor; destruyeron la corona de la Virgen, y hoy le imponemos otra mejor…»
Miguel Pérez Martín