Los Reyes Magos de la calle Oriente nos trajeron ayer una ración de Calzada para compartir. Porque de compartir iba ayer la tarde.
«Pero si los niños ya están dentro no hay prisa… Pero, ¿no iba tu hermana a coger sitio en la puerta?… Si falta más de media hora… Bueno, ahora voy. Sí, en el bar. Que sí, que voy. Venga. Hasta ahora». El hombre cuelga el teléfono y se queda en silencio. En la cervecería San Benito y en El Jota siempre hay gente, aunque hoy huele a Martes Santo tardío. El hombre vuelve a coger su cerveza y le da un trago más. Viene solo. Aunque mira de lejos a la gente que empieza a apiñarse en la curva bendita de la calle San Benito con Luis Montoto. Con tranquilidad, que da tiempo a una más.
En la puerta de la parroquia aún se puede conseguir una decente tercera fila a media hora de que se abran las puertas. El sol da sus últimos estertores antes de morir tras los tejados de Triana, y los más rezagados de las cenas de Navidad intentan salir del Tedi entre la bulla con la paparrucha de última hora para el amigo invisible. Frente a la tienda, el veinteañero Carlos mandan audios por whatsapp sin cesar. Porque a él, como a la cuñada del de la cerveza, le ha tocado coger sitio mientras los demás del grupo se dan los últimos retoques al flequillo ante el espejo del recibidor de su casa. A su lado, un hombre en chándal de unos 60 años con los cascos puestos quizá haya dicho que va al gimnasio al salir de casa, pero esto no se lo pierde.
Al final de la calle San Benito, se escucha el clamor de las cornetas que deben abrir el cortejo. Vienen pasito a pasito. Desde lejos da la impresión de que ni siquiera andan. Los costaleros del Señor de los Gitanos a su lado son una locomotora. Pero todo en esta liturgia de metal y cera fundida tiene su porqué. Y la banda apura los metros para llegar a la puerta y plantarse ante la parroquia justo cuando se abren las puertas y la cruz de guía, más barroca que ninguna, recibe la claridad de la tarde y el destello de los retablos de azulejos que custodian la puerta.
En el lateral de la iglesia, el cortejo empieza a entrar en la parroquia. Porque han estado formando fuera para entrar en la parroquia por una puerta y salir por otra. Abracadabra. Mientras, sin darme cuenta, detrás de mí hay más gente que en la guerra. Llegan los amigos de Carlos cuando el segundo tramo va saliendo de la parroquia. «¿Esto cuántos tramos lleva? ¿Este cuál es? ¿El de las gafas nos acaba de hacer una foto?». Demasiadas preguntas, y la mirada está puesta en la parroquia, porque en cualquier momento podemos ver la nube de incienso que precede a la gloria.
La noche vence a la tarde, y Encarnación aparece con la candelería impecablemente encendida por la puerta de la parroquia. Salva la puerta, costalero, que las azucenas de plata que rematan los varales salgan con holgura. Y con la Marcha Real, el último varal recibe el aire cálido de esta tarde en La Calzada. Porque de frío nada. Y menos cuando la Virgen de la Encarnación viene a trasladarnos a un día de 1994, cuando la avenida se vistió de celebración. Suena ‘Encarnación Coronada’ mientras las campanas antiguas de la torre de San Benito mandan su repique a rebotar sobre las fachadas regionalistas de la otra acera.
Y en la revirá de este palio tan clásico como su barrio lo quiso, empieza a nevar en Luis Montoto. El milagro de los pétalos que desde la azotea de enfrente nos llevan a una primavera anticipada camuflada de invierno. Encarnación avanza lentamente, pasito corto, mientras la multitud canta el ‘Ave María’ de la marcha de Abel Moreno. Y casi sin descansar, la banda continúa con ’25 Aniversario Encarnación’, la marcha de esta efeméride que Moreno ha compuesto a modo de segunda parte. Esta no parece entusiasmarle tanto a la gente. Antonio, el amigo de Carlos, la reconoce con los dos primeros acordes. Antonio se ha preparado la salida extraordinaria como el que se prepara un concierto de Rosalía. Antonio te dice en latín los nombres de las flores que lleva el palio. Antonio es otro rollo.
Encarnación avanza con La Calzada arropando el palio. Si quieren un buen escolta, busquen en La Calzada. Bajo el asfalto, lo que quede de las piedras de la calzada romana deben estar retumbando. Esta legión la forman los hijos de La Calzada sentimental. La que cuenta las semanas de martes en martes. Los que se criaron entre corrales y tintineos de botellas de leche fresca, los que siguen llamando a sus calles por los nombres antiguos y los que las vieron transformadas en ríos en las riadas del siglo XX. La Calzada va en el corazón, y su madre se llama Encarnación.
Con la noche cerrada sobre Luis Montoto y las luces de Navidad encendidas, los que buscan la foto del día se agolpan tras los dos tramos del acueducto. Allá que voy. Hay que encontrar el momento exacto para enmarcar el palio en los arcos de ladrillo almohade. Y Encarnación viene avanzando como puede entre la muchedumbre. Una adolescente, a la que supongo que nadie le ha explicado que estos arcos son un monumento, se sube sin pensarlo en las ruinas de los caños, y a mi me entran ganas de tirarle algo. Aunque quizá la culpa sea de sus padres, que no le habrán explicado el respeto por el patrimonio y por la Historia. Así nos va.
Pero Encarnación lo eclipsa todo. Y en su palacio de plata y bordados, recorre a la inversa el Viacrucis de la Cruz del Campo, que tiene una estación de cerámica en su casa. Aquí se fundó la Semana Santa, y en San Benito saben estar a la altura. El palio va lento, delicado, elegante. Avanza como el que no quiere avanzar, y quizá es porque mentalmente sigue creyendo que sube el puente ya derruído, como el amputado sigue sintiendo el miembro fantasma. La memoria es poderosa. «Va con retraso y ahora verás en el centro, que irá recreándose», dice un hombre. No amigo, Encarnación donde quiere recrearse es en Luis Montoto. Porque a ella no le hace falta la callejuela ni que sus varales jugueteen con los balcones. Ella se recrea en Luis Montoto porque es la calle en la que late su gente, la de las abuelas que van a verla cada mañana y la de los niños que llenan de risas su mediodía de vuelta del cole. Es la Encarnación de la barra del Jota y de La Chicotá, donde un calendario raído cuenta los días para el Martes Santo.
Casi dos horas después de la salida, el palio aún salva los últimos metros de Luis Montoto. Más allá, un operario de Lipasam barre las hojas de la ruinosa manzana de La Florida, supongo que por primera vez en la historia desde que es solo una fachada. Y tras los muros de esta, la calzada de Julio César cierra el círculo de este romance romano que tiene San Benito. Ya quisiera Pilatos poder tener hoy un balcón en la calle Oriente. Entre horripilantes neones de comercios que no han entendido nada de lo que es Sevilla llega Encarnación a La Florida, y la Banda de La Puebla toca ‘Coronación’, dedicada a la Hermandad del Cerro. Y si Charo Padilla y Marvizón están camuflados entre la multitud, seguro que están con la voz temblona y la respiración agitada. Cerro de alegría en esta marcha para una hermandad que, como San Benito, sabe bien lo que es desafiar a la avenida recta y hacerla pequeña. Sabe bien lo que es ser barrio y que la madre de sus vecinos se llama Dolores, y por eso hay que llevarla de la mano hasta el corazón de la ciudad.
Cuando Encarnación se adentra por la Puerta de Carmona, el público habitual aguarda en la calle Águilas. Una vez cruzada la muralla, el barrio ya solo es anhelo. Y Esperanza. Que en este fin de semana de la Esperanza y Adviento, La Calzada le ha regalado a la ciudad la Navidad según la calle Oriente. En la paloma bordada que custodia la cintura de niña de Encarnación está el sentido de todo. Cuando amanezca el domingo y ella vuelva hacia su barrio, vendrá con la Buena Noticia camuflada en las lágrimas. Que ella llora de gozo por diciembre, no se engañen. Porque tras el ornamento y la voluta de la plata, en la cintura de Encarnación está el misterio de los misterios. Que en La Calzada os va a nacer un mesías, y su madre se llama Encarnación.