Ocultamos las heridas y enterramos los fracasos. Y el barrio, que siente como sentimos tú y yo, hace lo mismo a su manera.
Bajo la piel de Nervión late otro barrio, otro tiempo. Un barrio que los más mayores conocieron y a otros nos suena a chino mandarín. Hoy cuando he visto esta foto de Sergio de cómo los operarios desescamaban el rótulo de un Rocala fugaz, he recordado aquel Toboso que hoy ha vuelto a recibir la luz del sol. Y de aquella Gran Plaza que quiso ser, en cierto modo fue, y el tiempo condenó.
Siempre me han fascinado los hallazgos arqueológicos. Desde pequeño me ha flipado pensar que debajo de edificios actuales hay a veces habitaciones completas de otros anteriores. Como ese edificio portuario que encontraron bajo la manzana maldita de La Florida. ¿Quién enterró en arena aquello para levantar sobre esos restos una nueva construcción? Al igual que con las ruinas que brotan de las entrañas de la tierra, hoy en la Gran Plaza la caída de los azulejos blancos de Rocala han dejado a la luz el antiguo cartel de El Toboso.
Y eso me ha llevado a mi infancia, cuando mi madre nos vestía a mi hermano y a mi a juego aunque no nos gustara mucho, e íbamos a El Toboso o al cercano Almutamid en los días de celebración. En esos preciosos edificios que, con los ojos del niño, te hacían pensar que estabas comiendo en un palacio. Hoy El Toboso ha respirado por unos segundos con la caída de los azulejos de Rocala. Almutamid hace demasiado tiempo ya que se convirtió en un Burger King. Qué decir de ese lugar desaparecido donde se fraguaba la verdadera vida social de Nervión, esas meriendas largas de señorío en las mesas de La Ponderosa mientras los niños jugaban en las barquitas, o las noches de películas en el precioso Nervión Cinema del que solo queda el fantasma de su estructura.
Cuando Rocala llegó a la Gran Plaza me dio mucha alegría. En cierto modo era el último clavo ardiendo al que agarrarse para pensar que el Nervión de los grandes restaurantes y los cafés chic no había sido un sueño. Pero solo era un espejismo. Y me pregunto si Rocala, en el que disfruté mucho comiendo y nos atendieron genial, no fue víctima de un barrio que se ha rendido o que se ha vuelto conformista. Si no solo hemos renunciado a aquel Nervión de restaurantes clásicos, sino que tampoco le damos una oportunidad a los que vienen a nuestras calles a traernos su visión de la cocina.
En estos tiempos de resaca anticipada de pandemia -no olvidemos que la lucha sigue- se nos llena la boca con la ayuda a los comerciantes de barrio, a los restauradores de los barrios, a todo lo que sea de barrio. El barrio por encima de todo, por el barrio mato. Pero… ¿por qué barrio? ¿Solo nos vale la taberna o el bar de toda la vida? A veces pienso si somos hospitalarios con los nuevos que llegan a nuestras calles, si ni siquiera les damos una oportunidad. ¿Solo son del barrio los que pongan caracoles o tengan una estética tradicional?
Hay gente que está montando restaurantes, de todos los tipos posibles. ¿Has ido a probar la cocina de mercado cuidada con mimo de Tradevo en las manzanas de Condes de Bustillo? ¿O los tomates aliñados suculentos de Albedrío en Juan de Mata Carriazo? ¿Aún no te has pasado por Ropavieja en Hernando del Pulgar? Hay gente que lleva años apostando por nuestras calles antes que por las del centro, nos han abierto su corazón a través de los fogones. No digo que haya que ir sí o sí, pero que estemos abiertos a darles una oportunidad, esa que quizá no tuvo Rocala. Prueba, aunque no vuelvas si no te gusta, pero prueba.
Y en estos tiempos, también los restaurantes de cocina internacional han elegido nuestras calles para montar sus negocios y traernos los sabores del mundo. ¿Sabes que el blog de El Comidista eligió como el mejor restaurante chino de Sevilla y uno de los mejores de España uno que está en Marqués de Pickman? ¿Sabes que probablemente el mejor japonés de la ciudad está en los bajos del Hotel Los Lebreros? ¿O que el que para algunos es el mejor mexicano de Sevilla se encuentra en las callejuelas de Oscar Carvallo junto a Eduardo Dato? Eso sin hablar de los establecimientos que están reconocidos por la Guía Michelín y la Guía Repsol.
Queremos un barrio mejor, más rico, con más propuestas, más moderno… y más de todo. Pero no estamos dispuestos a hacer el esfuerzo de probar, de dejarnos seducir, de dejarnos sorprender. Somos un poco miedicas gastronómicamente hablando, pero luego nos lamentamos cuando un local echa la persiana. Los restaurantes que lo hacen bien solo tienen que tener las mesas llenas para no verse obligados a echar el cerrojo. Y llenar esas mesas solo podemos hacerlo nosotros. Si no nos gusta la actual Gran Plaza y añoramos lo que fue, seamos consecuentes. Para que no nos duela el rótulo antiguo debajo del azulejo caído, solo hay que arrimar el hombro para no dejarlo caer.