Barbarita, la nueva propuesta de Ovejas Negras en Eduardo Dato, suma un buen clima, atención cuidada y una carta basada en las brasas.
Quizá el título de esta reseña sea demasiado simplista, pero en Barbarita sucede algo paradójico. ¿Puede un humilde pollo ser la estrella de una brasería? ¿Qué tiene que lo hace tan especial? Dejemos la explicación para el final de este texto. Empecemos por el principio.
Barbarita (Eduardo Dato 49, bajos del Hotel Hesperia) es un restaurante objetivamente decorado con gusto. Un lugar con encanto en el que las plantas se mezclan con los cojines, el mármol con la madera, el vidrio con el azulejo, y que gira en torno a una impactante lámpara de flecos que corona la mesa principal. Barbarita es la máxima expresión de lo que busca el grupo Ovejas Negras: que sus locales tengan muchísima personalidad. Pero vamos al lío.
Comenzamos con algunos aperitivos para compartir. Lo primero que llega a la mesa son las Pulguitas de provolone y chorizo criollo a la parrilla. Consiste en un pequeño pan relleno con un picadillo del propio chorizo que se asienta sobre el provolone fundido. Para nuestro gusto, el provolone empapa en exceso el pan con la grasa que suelta. Un bocado correcto, sin más. El siguiente plato es la Flor de alcachofa con salsa de encurtidos, frutos secos y parmesano. La apariencia del plato es curiosa, porque apenas se intuye la alcachofa bajo una vaporosa montaña de parmesano. En el fondo del plato, la alcachofa tiene el punto ácido de los encurtidos y el crujiente de los frutos secos, que encajan a la perfección con el queso que aporta el salado justo.
Seguimos con un plato que nos habían recomendado, aunque hayamos visto propuestas similares en otros restaurantes. Se trata del Brioche de steak tartar con caviar de arenque y yema untuosa. Muy rico el brioche en sí, con su sabor a mantequilla y su esponjosidad que, al pasar por la sartén, se dora realzando su sabor. El steak tartar de corte inmejorable: a cuchillo como debe ser y pequeñito, con todos los trozos de tamaño similar. Y cabe destacar el aliño de la carne, que aunque parezca un plato sencillo, el equilibrio en el aderezo es fundamental.
Nos llama la atención que en la carta haya pizzas, y hemos de confesar que en su cuenta de instagram tienen muy buena pinta. Y como en la era de la imagen, más que nunca, comemos con los ojos, pues nos lanzamos a catar la Pizza blanca con gorgonzola, portobelos y papada ibérica. Sin duda, es la hermana rica de la mayoría de las pizzas a domicilio. Nadie echa de menos el queso fundido, ni los champiñones de lata ni el bacon de sobre, como es lógico. Los ingredientes son exquisitos y la ausencia de tomate no es para nada un problema. Cabe destacar la buena masa, fina y que se hincha en los laterales, y sin estar quemada por ninguna parte. Mención aparte que las pizzas en la carta están en torno a los 13 euros, precio más que razonable.
Y vamos con las carnes: pedimos la Chuleta de angus Miguel Vergara y el Medio pollo de caserío a la brasa. Si os digo la verdad, nos arrepentimos de haber pedido la chuleta. No porque fuera mala, sino porque creo que cansa ver y comer lo mismo en el mismo tipo de restaurante presentado de la misma forma. Y porque el pollo de caserío es una absoluta maravilla. El plato más barato con diferencia del apartado de carnes es el gran descubrimiento. Medio pollo a la brasa que llega tal cual a la mesa, con un aroma fantástico y un color dorado que contrasta con el interior amarillento. No se engañen, esto no es un pollo como el que la mayoría comemos en casa sin más fiesta que la de alimentarnos. La mantequilla y las hierbas hacen que el pollo caramelice en las brasas mientras el interior se mantiene jugoso y tierno. Medio pollo suculento en un restaurante por 15,90 euros.
La chuleta, en resumen, bien. Pero la camarera nos cuenta que el día anterior una mesa de franceses flipó tanto con el pollo que se hicieron una foto con él. En las mesas de alrededor, cada vez que ven pasar el pollo de una comanda, otra mesa se suma a pedirlo. Casi todas las mesas tienen su medio pollo. Un descubrimiento.
Más allá del pollo, de los postres no hay mucho destacable. A pesar de la buena presentación de la tarta de limón, el sabor es anodino, y el gel de albahaca que la acompaña resulta demasiado potente. La tarta de queso te deja también un poco indiferente. Eso sí, la decoración, el servicio, y la inmensa mayoría de lo que pedimos estuvo estupendo. Un sitio al que volver a darse un homenaje.
Y a comerse otro medio pollo, para qué negarlo.