Cuando llamas para hacer la reserva, una voz viva te contesta desde el otro lado con un ‘buongiorno’. Se podría pensar que es un paripé, pero no. La Italia que late tras la puerta de Alimentari (Bartolomé de Medina, 21) es tan real como la Fuente de los cuatro ríos de Piazza Navona. Si tenéis hambre, no sigáis leyendo. O sí.
El acento italiano vive en las gargantas de los camareros, y da gusto escucharlos hablar este andaluz napolitano que aprendieron en sus años en Sevilla. Italianos de la Bética por adopción. A pesar de lo que digan los gurús de los modales de la restauración, aquí que la camarera hable mucho no es un incordio. Francesca explica con desparpajo cada ingrediente de la carta que pueda sonarnos raro, desde el ‘speck’ al ‘guanciale’. «No tengáis miedo, no estáis pidiendo mucho. Los españoles pensáis que los italianos comemos mucho, pero de verdad que no es tanto», nos dice a los cinco que ocupamos la mesa, custodiados por una enorme estantería llena de productos italianos auténticos.
Porque ese es un valor de Alimentari: hasta la harina con la que hacen la pasta ha sido traída de Italia. Y se nota en los platos, que no intentan ser algo que no son, ni ganarse al público sevillano con adaptaciones que no van a ninguna parte. Empezamos con un picoteo que se levanta sobre una burrata de trufa y jamón de Parma de 24 meses. La burrata al partirla se deshace, dejando esa cremosidad blanca sobre el plato que solo quieres llevar al pan y montarte una tosta rematada con el jamón. Y realmente sabe a trufa, ese delicado sabor al que solo le hace falta un chorreoncito de aceite de oliva italiano y unos granos de pimienta. Al lado de la burrata, colocamos la tabla con la selección de ‘salumi italiani’, la tabla de ibéricos del país con forma de bota. Muy sabroso el culatello, más jamón de Parmael lardo d’Arnad -una especie de tocino cortado muy fino- y la reina de las mortadelas, la de Bolonia.
Para continuar, elegimos las flores de calabacín rellenas de queso fresco con pistachos. Y es como comerse un bombón salado lleno de sabor. Eso sí, aunque os parezca que media ración está bien, no. Las flores, como nos explica Francesca, se encogen en el horno como las espinacas lo hacen en la sartén. Si sois cinco, pedid la ración entera. O dos raciones, porque es un bocado muy rico.
Pasamos a los risotti. Pedimos dos: uno con queso ahumado y speck -un jamón curado con sal y sabor a enebro que te hará desterrar el bacon para siempre- y el otro con cigalas y trufa. Contra todo pronóstico, es el del queso ahumado el que nos deja sin palabras. Teníamos que habernos comido el de las cigalas antes, porque si te lo comes después te quedas un poco indiferente. Para probar una de las carnes, nuestra camarera napolitana nos sugiere los ‘Straccetti‘, un solomillo de ternera muy fino guisado con vino blanco, rúcula y lascas de queso parmesano. Nos cuenta Francesca que es un plato que en su casa en Italia su madre lo hace en verano casi dos veces a la semana. Y sorprende porque es una manera ligera de comer un solomillo, muy propio para el verano y los problemas con la pesadez de los platos calientes.
La otra sugerencia carnívora, Saltimbocca a la romana, nos quedamos con ganas de probarla, pero queremos catar una de las pizzas. Elegimos la cuatro quesos pero con rúcula y jamón por encima, como dice la camarera que ella la comía en Italia. No se ha equivocado hasta ahora, así que por qué no hacerle caso otra vez. La masa es crujiente y se ha hinchado bien por los extremos dejando una bóveda circular en su contorno. Ligera y sabrosa.
Y no nos creemos que a pesar de todo lo comido, aún haya hueco para el postre. Así que pedimos para compartir un cannolo siciliano con ricotta dulce y pistachos, y la Panna Cotta también con pistachos -un flan de nata muy fresco, para los que no sepáis lo que es-. Pero aunque están muy buenos, la verdadera estrella de la carta de postres es, sin lugar a dudas, la Pastiera Napolitana. Hay vida más allá del tiramisú, y es maravillosa. Es una especie de pastel dulce a modo de tarta hecha con trigo cocido, ricotta, agua de azahar y cáscara de naranja y limón, que aunque es típico de Semana Santa, han tenido que mantenerlo en la carta todo el año por aclamación popular. ¿Puede un postre ser más sevillano siendo napolitano? Es como comerte la primavera. De hecho, es el único postre del que no podemos parar de repetir.
Al final la comida, con las bebidas incluidas, nos sale por unos 25 euros por cabeza. Un buen equilibrio de precio con la calidad de lo que ofrecen. Volveremos.
Miguel Pérez Martín