No hace falta explicar demasiado sobre La Taberna de Nervión, alias «la tabernita». Este local, que abrió hace unos años en la esquina de Marqués del Nervión con Federico García Lorca, es uno de esos bares en los que siempre hay lista de espera para sentarse. Con un público ampliamente joven, estuvo a punto de morir de éxito un año después de su apertura.
Esta crónica no habla de un bar nuevo, ni nos hemos enterado muy tarde de su existencia. Lo conocemos de sobra. Lo cierto es que la Taberna de Nervión tuvo un amplio reconocimiento por parte de los vecinos desde su apertura. Fue abrir, y llenarse sus mesas. La propuesta que traían a Nervión encajó perfectamente con el público más joven del distrito, y supo entroncar poco a poco con la cultura gastronómica de los más mayores.
Pero la Taberna estuvo a punto de morir de éxito. ¿Qué es morir de éxito? Pues es lo que sucede cuando un negocio no es capaz de afrontar su triunfo y eso lo conduce a la muerte. Tras su apertura, cuando la Taberna de Nervión se convirtió en un sitio de peregrinaje, la calidad bajó en picado. De repente las tapas de su tapa estrella, el solomillo a la carbonara, se convirtieron en un chiste en cuanto a tamaño y calidad. Los fritos eran un bombazo para el estómago. Y bastante gente, desengañada, dejó de ir.
Con el paso del tiempo, lo que fue un momento de asomarse al abismo ha quedado superado. Supieron sabiamente reconducir el servicio y la cocina para volver a ser lo que eran y más allá. Estuvimos cenando la otra noche y nos alegra saber que ha vuelto a sus esencias, las que construyeron su triunfo. Algún camarero más despistado que otro, pero nada insufrible.
Comenzamos con unas papas sevillanas. Un plato abundante que consiste en torres de papas aliñás a las que se les añade un toque más cordobés que sevillano de salmorejo, fresco y agradable para este verano que parece que se resiste a marcharse antes el imperio del otoño. Continuamos con una tabla. Sabemos que las tablas aquí eran una opción de bodegón excelente, pero queríamos saber si conservaban su frescura. Y así fue. El pan con carne mechada y pimientos asados fue una maravilla, aunque los pimientos quizá vinieran un poco grandes. Nada que un cuchillo no pueda arreglar.
Para la segunda parte de la cena, un clásico para testear cualquier bar: la ración de croquetas. Cremosas y bien fritas, superaron sin problemas la prueba. Sin embargo, el acompañamiento de ensalada de pasta compuesta por espirales y un pegote de salsa rosa es algo, sin duda, a mejorar. Para culminar, solomillo a la carbonara, estrella de la casa. Bien hecho a la plancha, con una salsa para mojar pan y patatas fritas caseras cortadas en dados como las que se sirvieron el día de la apertura.
Y poco más de 10 euros por comensal -éramos tres- para dejar liquidada la cuenta. Nos alegramos de que La Taberna haya vuelto a sus orígenes y que siga sirviendo en platos de barro y tablas de madera grandes tapas para saciar apetitos voraces sin grandes florituras. Estamos contentos de vuestro regreso. Larga vida.
Miguel Pérez Martín