Tiene la Milagrosa un puente que cruza un torrente. Y el Cristo de la Esperanza lo pisa firme para decirnos que todo es posible.
Este Sábado de Pasión escuchaba en mi mente continuamente la marcha ‘Puente del Cedrón’. Supongo que después de ocho años de periódico nervionense, es una cosa que sale casi natural. La agrupación de la Redención toca esa cuarta mayor y yo ya sé que es Ciudad Jardín la que me habla. Viene Jesús con el hombro descubierto, mostrando que Dios tiene piel de hombre, y la avenida se viene abajo.
Echo de menos las gaitas y ese cuerno siniestro de la Guardia Judía. Y, sobre todo, echo de menos los candelabros del misterio vistiendo de tintes románticos el Parque García Lorca, ese parque que nunca soñó con ver cofradías. Viene el Señor de la Esperanza cruzando ese puente que parece un pasaje evangélico baladí, pero que no lo es.
Laureano del Otero, cura de los Redentoristas, me hizo ver la importancia de este misterio. Según me decía, cuando vas a Tierra Santa no tenemos muy claro dónde están ni el Palacio de Pilatos ni la casa de Caifás, ni el monte de los olivos ni la ubicación exacta del cenáculo. Pero sí sabemos que había un arroyo llamado Cedrón, y que Cristo lo cruzó tras ser prendido. Y que, a día de hoy, esas piedras que sirven para cruzar el arroyo Cedrón siguen siendo el único punto por el que atravesar el torrente, como entonces. Es decir, si Cristo cruzó ese caudal de agua, tuvo que hacerlo por ahí. Por ahí pisó Jesús, sin duda alguna.
La Milagrosa no lo ha tenido fácil. Crisis internas y externas la condujeron a un retraso en su declaración como hermandad. Hoy, cientos de personas de toda la ciudad y más allá vienen a acompañarla. Cristo cruza las aguas en el peor momento, recién prendido, cuando ve venir el cumplimiento de las escrituras. Tiene miedo, como nosotros en estos días. Pero cruza el puente entre el temor, llevando la Esperanza a un barrio que siempre la llevó en su nombre. El Señor de la Esperanza en divino y también humano, y por eso una lágrima se derrama por su mejilla, mostrando que en su corazón siente agitación y preocupación. Como nosotros en estos tiempos de pandemias y desilusiones.
En Ciudad Jardín este Sábado de Pasión su cristo volvió a cruzar un puente hacia la Esperanza. La más fuerte de las virtudes, la que con su corazón asaetado de desánimos, siempre resiste. Y en Ciudad Jardín fueron a reencontrarse con ese valor, ese ansia, ese anhelo. Porque la Esperanza no solo es lo último que se pierde, sino también lo que nos hace humanos. Ayer las colas colmaban la avenida, y el cielo se abrió con el azul más claro, diciéndonos que todo irá bien, que el tiempo pone todo en su sitio. El puente es largo, más cuando puede el desánimo, pero al final está lo que deseamos. Crucemos el puente, vecinos, hasta el mar en calma. Donde habita esa vida que se nos está olvidando después de tanta amargura. El camino es la Esperanza, y en la lágrima del Señor de Ciudad Jardín está el sendero.